Al igual que todo ser vivo,
las empresas experimentan un proceso de desarrollo, sumamente ligado tanto al comportamiento y evolución del
entorno que las rodea, como a los recursos indivisibles[1]
y ociosos con los que cuenta. Como en las personas, el crecimiento es
interpretado como un signo de salud, vitalidad y fortaleza; la capacidad de
crecer significa en el mundo empresarial, el
estar preparado o posibilitado para abordar un desarrollo futuro.
Según Morales Gutiérrez, Alfonso Carlos (1998), en
su artículo la pequeña y mediana empresa: límites, alcances y posibilidades,
existen 7 etapas de crecimiento para las PYMES, cada una de ellas significa la
oportunidad de captar mayores beneficios y acumular recursos valiosos para
desarrollarse. Estas se enumeran de la
siguiente manera:
- Fase de Nacimiento: Pocos clientes, o no se puede despachar el producto en las cantidades ni condiciones requeridas, el propietario es la empresa y la estrategia consiste en sobrevivir.
- Fase de supervivencia: Ha demostrado su vialidad, cuenta con clientela suficiente y le es posible conservarla. Posee número limitado de empleados, el problema consiste en la relación entre ingresos y gastos y el principal objetivo sigue siendo la supervivencia. Puede crecer en tamaño y rentabilidad y pasar a la siguiente fase, o estancarse durante muchos años en esta.
- Fase de estabilización: La empresa ha alcanzado un estado saludable: tamaño suficiente, posición cómoda en el mercado y obtención de rentabilidad superior a la media. Puede mantenerse en esta fase de manera indefinida, siempre y cuando no ocurran cambios en el entorno o una mala gestión decline su competitividad.
- Fase de crecimiento: El propietario financia el crecimiento, las tareas principales son el conservar la rentabilidad y contratar directivos efectivos que ayuden a llevar las riendas del negocio. Puede crecer rápidamente y pasar a la siguiente fase.
- Fase de despegue: El problema es encontrar la manera de financiar un crecimiento rápido, se da paso a la descentralización y mejoran los sistemas. Si el propietario supera los desafíos puede pasar a ser una gran empresa.
- Fase de madurez: La preocupación consiste en consolidar y controlar los beneficios financieros producidos por el rápido crecimiento, y conservar las ventajas que otorga un tamaño pequeño: flexibilidad de respuesta y espíritu emprendedor. El propietario y la empresa son cosas distintas, se utilizan herramientas para la gestión como presupuestos, sistemas de costes, entre otros; si logra tener éxito tendrá lo necesario para desarrollarse, de lo contrario pasaría a la siguiente fase.
- Fase de Osificación: Falta de ideas innovadores y rechazo al riesgo. Etapa más común en grandes empresas, estas suelen acomodarse en el éxito alcanzado, hasta que ocurre un cambio en el entorno y la competencia les gana la partida.[2]
No existe un tiempo
determinado para permanecer en cada etapa descrita, más bien, son las
condiciones de la empresa y las decisiones del propietario, las que permiten
subir cada peldaño del proceso hasta llegar a la madurez. Las empresas sean pequeñas o grandes, nacen
con los ojos puestos en el crecimiento, ya que este significa para sus
propietarios, tanto su consolidación como empresarios, como el mejoramiento de
las condiciones de vida de su familia.
Asimismo, serán las decisiones acertadas del emprendedor, las que harán de
la empresa un organismo fortalecido ante el surgimiento de la nueva
competencia, según se vaya avanzando en cada etapa.
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